martes, 19 de enero de 2010

Firma invitada I

José Antonio Espina, redactor del Diario AS

El Atlético, al menos, no sufre a Lopera
Motor de cambio en una región deprimida (sobre todo antes, durante aquellos años en blanco y negro) el beticismo nació en Sevilla en 1907 y con una vocación premeditadamente revolucionaria, cuando el Sevilla F.C. se opuso a que un obrero jugara en su equipo. Aquella postura, que hubiera dejado a la historia del fútbol sin Maradonas, Pelés, Zidanes y Agüeros, desembocó en un cisma definitivo, con varios directivos entonces sevillistas (Rodríguez de la Borbolla, padre de que fue presidente de la Junta de Andalucía, entre ellos), huyendo de lo que consideraban una regla clasista y antidemocrática y creando el Sevilla Balompié, germen del que en 1914 pasaría a llamarse Real Betis. Con el paso de los años, el Betis hizo de la libertad y la esperanza sus dos banderas primordiales, más allá del mejor o peor fútbol, de convertirse en el primer club andaluz en ganar una Liga (1935) 0 caer a los infiernos de la Tercera justo después para acuñar, en la miseria y no con los triunfos, un grito de guerra mundialmente conocido: Viva el Betis manque pierda.

Er Betis, sí. Club forjado en las desgracias y lleno de gente especial, tan parecido al Atlético de Madrid por concepción y milagros. No hay mejor sitio que éste, el de Manolete, ese rojiblanco mundialmente reconocido, para denunciar el estado dictatorial y degenerativo que vive ahora el club de Heliópolis bajo el miserable yugo de Manuel Ruiz de Lopera. Sin márketing, sin respeto a los socios, sin una decente secretaría técnica, con un estadio a medio hacer y con un puñado de futbolistas que no dan ni para la limitada categoría en la que ahora se encuentran, el Betis se merece, y no exagero, el título de "club ¿de elite? peor organizado del mundo". Así que no se quejen tanto, atléticos. Comparado con el Betis, el club rojiblanco es un modelo en lo de hacer las cosas bien.

Pero nada peor que el abandono. El Calderón aún se llena con asiduidad. Y los atléticos con pedigrí no reniegan de sus colores. El campo del Betis, una caldera en cualquier tiempo anterior, se desangra cada domingo que Donmanué sigue desgobernando el Betis. Da pena ver gradas desiertas, aficionados callados. Y también da pena comprobar como una legión de verdiblancos honorables (Curro Romero, Soto, Gordillo, Felipe González...) deponen su beticismo hasta que el virrey de Jabugo, ése almacén donde vive Lopera y se desinflan los sueños, decida marcharse de una vez.


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